Éramos pocos y parió la abuela.
Nos parece que tenemos pocos problemas y nos ponemos a hablar del sexo de los
ángeles. Porque no otra cosa es el debate sobre los nacionalismos. Tenemos ya
mucha historia dramática sobre nuestras espaldas como para no saberlo. Se está
produciendo en el mundo un rebrote de las identidades, tanto religiosas como
nacionales, pero la experiencia nos dice que ese camino no lleva más que a
enfrentamientos estériles. Porque, entre otras cosas, esas ideologías se basan
en la subjetividad, son puro sentimiento carente de soporte racional. Los
nacionalismos son en palabras del antropólogo Benedict Anderson, ‘comunidades
imaginadas’ y pueden, con el pretexto del patriotismo, convertirse en la mayor
fuerza manipuladora de la realidad.
Los problemas reales que tenemos
son otros: económicos (economía financiera, paraísos fiscales, explosión de
burbujas), políticos (desprestigio y deterioro de las instituciones,
corrupción, falta de representatividad) y sociales (exclusión, paro, desahucios).
Es ahí donde habría que fijar la atención y el debate. Hay que preguntarse cómo
resolver esas cuestiones, no por quiénes somos. Porque esto ya lo sabemos: en
el ámbito de lo público somos ciudadanos con iguales derechos y deberes. Se
trata de saber y de ponerse de acuerdo en qué consisten estos. A este respecto,
Fernando Savater nos da una pista cuando dice que los españoles con la crisis
hemos pasado de ser apolíticos a ser antipolíticos, sin caer en la cuenta de
que lo que hay que ser es políticos.
Gijón, 22-11-2012
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