Los acontecimientos políticos
que suceden estos días en Italia no dejan de ser inquietantes. Silvio
Berlusconi, hasta ahora primer ministro italiano, pretende mantenerse en el
centro de la vida política de ese país a pesar de su derrota electoral, de modo
que el futuro de los italianos parece que seguirá condicionado por ese
personaje. Pero, esto, que es en sí mismo preocupante, se convierte en
auténtica tragedia si analizamos las circunstancias de este señor.
Berlusconi pasa por ser el
hombre más rico de Italia, por lo que, al haber ocupado el cargo de mayor
influencia política en su país durante los últimos cinco años, ha unido en su
persona el poder político y el económico. Es propietario de los principales
canales privados de televisión italiana, lo que, unido a su condición de primer
ministro, propició el control de las televisiones públicas y privadas, de tal
manera que, a los poderes antes citados, añade uno más: el poder mediático.
Este señor ha usado su inmenso
poder, no sólo para perpetuarse en el mismo, sino también para blindarse ante
la justicia italiana que le persigue por delitos mafiosos. El balance
político-económico que presenta al cabo de cinco años de gobierno no puede ser
peor, según apuntan todos los analistas. Si embargo, a pesar de todo, este
personaje obtiene casi la mitad de los votos de los italianos, de manera que,
envalentonado, se niega a reconocer la derrota electoral y amenaza con no
conceder ni un minuto de respiro al ganador centro-izquierda (de eso sabemos
algo en España).
Ante estos hechos, cabe hacerse
una pregunta: ¿qué queda de nuestra esperanza de conseguir, con el desarrollo
de la democracia, un mundo mejor, más justo y humanitario?
Gijón, 24-4-2006
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