Hace unos días asistí al acto de
presentación de un libro relacionado con el régimen franquista, ‘Cruzados de
Franco’. En el debate que siguió a la presentación surgió una polémica que, en
mi opinión, quedó sin resolver. Dada la importancia del tema, que hay personas
(más de las deseadas) que no lo tienen claro y que la respuesta es sencilla, lo
traigo a colación.
El tema de marras es cómo hay
que definir al régimen franquista: ¿fascista, totalitario, autoritario,
nacionalcatólico…? La respuesta que se dio desde la mesa fue de lo más
diplomática: se debe denominar franquista, porque de principio a fin estuvo
dominado por la omnipresente figura de Franco. Pero decir esto es no decir
nada. La respuesta correcta es que ese régimen se caracterizó por ser
radicalmente antidemocrático (la sublevación militar y posterior guerra civil
persiguió derrocar la democracia republicana), lo que se tradujo en una total
falta de libertades, estando todos los españoles obligados a pensar y
comportarse de acuerdo con el ideario del régimen; es decir, los españoles no
eran ciudadanos sino súbditos. Los que pensaban de forma distinta tuvieron que
exiliarse o fueron encarcelados, cuando no exterminados físicamente (por
cierto, miles de ellos siguen enterrados de forma ignominiosa para nuestra
vergüenza), siendo la mayoría obligada a autocensurarse de por vida.
Esta característica, que es la
más determinante de dicho régimen, es común con el fascismo italiano y el
nazismo hitleriano, teniendo, no obstante, estos tres regímenes otros rasgos
que los hacen distintos entre sí. De ahí que el nombre que mejor define al
régimen franquista no es ni fascismo ni nazismo, sino nacionalcatolicismo,
porque se fundamenta en los ideales nacionalistas (España) y religiosos
(Iglesia Católica).
Gijón, 16-1-2014
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