Se puede establecer un
paralelismo entre los dos fenómenos sociales que, por su trascendencia, ocupan
un lugar preferente en los medios informativos: las rebeliones populares del
norte de África y el Movimiento del 15-M en España. Es fácil determinar las
semejanzas: la edad predominantemente joven de sus protagonistas; la naturaleza
espontánea de ambos movimientos; el uso de los modernos medios de comunicación,
no controlados por los sistemas del poder o el objetivo inmediato de sus
protestas: el poder establecido.
Pero, al mismo tiempo, se pueden
apreciar las diferencias. Éstas vienen determinadas por el contexto político en
el que se producen las rebeliones. En los países árabes el movimiento social
busca sustituir sus gobiernos despóticos, corruptos, antidemocráticos por los
modernos sistemas democráticos que en Occidente han tomado carta de naturaleza
hace ya bastante tiempo. Se encuentran históricamente en el amanecer de la
modernidad. En cambio, en España la protesta se sitúa en la decadencia propia
de esa misma modernidad, la llamada posmodernidad.
Nos encontramos al final de un
ciclo. La democracia, tan trabajosamente conquistada por nuestros antepasados,
está tan deteriorada por el capitalismo salvaje que se impuso en el mundo en
las últimas décadas, que ha quedado invalidada, inservible. El Movimiento de
los indignados no reivindica sistemas novedosos de gobierno, sino que busca
recuperar la esencia de la democracia. ‘¡Democracia real ya!’ es su consigna.
Por eso mismo ha pillado a contrapié a todo el mundo (partidos políticos,
sindicatos o la multitud de agrupaciones políticas y sociales de todo tipo).
Ése es su mayor acierto: recuperar la palabra democracia que estaba
desaparecida y colocarla en un lugar preferente, a la vista de todos.
Gijón, 25-6-2011
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